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Me resulta complicado decir en pocos caracteres cómo de decepcionado estoy como padre tras 11 años en el colegio.
El dpto de orientación infantil es genial, humilde y preparada para nuevos retos. La coordinadora de infantil ha sido clave para que aguantemos aquí todos estos años, una persona excepcional.
Entre el profesorado ha habido grandes maestras, con vocación y empatía, que echaremos de menos siempre.
Pero cuando mi hija empezó a somatizar lo que finalmente descubrimos que era una sobredotación intelectual, (dictamen de psicólogo clínico colegiado experto en alta capacidad, ante la negativa reiterada de la orientadora a valorarla) nos cruzamos con la orientadora de primaria, que en un proceso kafkiano, ha terminado enunciando el clásico «yo no lo veo», que es la frase de quien no tiene ni la preparación ni la altura de miras ni el conocimiento técnico para descubrir a un alumno de AACC.
Hemos denunciado a inspección educativa, porque en el proceso se han dañado los intereses de nuestra hija, un desastre causado a medias por una legislación del siglo XVIII, y una supuesta profesional de la educación que aporta mucha experiencia en retraso cognitivo y similares, pero una nula capacidad de entender este fenómeno tan complejo. Aplica un test breve o screening como herramienta diagnóstica, cuando en el propio manual de ese test indica que «la aplicación de baterías completas integradas por múltiples tests, por PROFESIONALES ENTRENADOS EN LAS ÁREAS PSICOMÉTRICA Y CLÍNICA, es esencial para establecer un diagnóstico o inferir conclusiones de tipo neuropsicológico». La orientadora nos da un informe que no contradice al del experto, en el que admite que la niña no colabora, y que ni siquiera quiere completar las pruebas», pero insiste en su «yo no lo veo».
Mientras tanto, mi hija con interminables dolores de cabeza por una educación no adaptada ni ajustada. Dolores de estómago, estado cercano a la depresión, baja autoestima… todo admitido por la orientadora.
Jefatura de estudios, cerrando filas en modo corporativista (este colegio es una cooperativa, si quieres una plaza, se compra con dinero).
La dirección, desaparecida. Silencio absoluto durante un año. Ni una respuesta a un email.
No es un caso aislado. La diferencia se vive de forma incómoda en el colegio. Sobre todo entre los padres que somos diferentes porque no nos conformamos con el rodillo de quienes aplican medidas que dañan los intereses del niño con tal de contradecir al padre discrepante.
Si tienes un niño o niña sordo, puede ser un buen colegio. En el resto de casos, si juntamos un bajo nivel académico, un profesorado heterogéneo (lotería, te puede tocar excelente o terrible), una dirección que te atenderá encantada… sólo ante temas cómodos, una jefa de estudios de primaria con nula capacidad de autocrítica, y una orientadora de primaria con dificultad para asumir la diferencia de perfiles que existen… es un cocktail explosivo, que a nosotros nos ha explotado en el peor momento, en sexto de primaria. Creemos que afortunadamente, no hemos empezado la secundaria aquí, porque oímos muchos casos similares: «mi hijo pasó de ir bien a suspender siete, y el colegio no sabía nada al respecto». Otro testimonio habitual es el de nuestro caso: «orientación y dirección dejaron de responder a nuestros correos cuando teníamos un caso complicado de gestionar» (tdah, etc.)
En definitiva, es un «colegio-lotería». Admito conocer casos de gente cuyos hijos han terminado incluso el bachillerato sin incidentes. Pero la abundancia de casos en dirección contraria, en mi opinión, es fruto del corporativismo propio del modelo de cooperativa, de una pérdida del proyecto educativo inicial como objetivo último, y de una falta de preparación en ciertas áreas de personal clave en la consecución de un centro educativo adecuado a los principios de inclusión y adaptación a las necesidades educativas de cada indivíduo.
Luces y sombras, como digo, pero para nosotros las sombras se han convertido en oscuridad ominosa sobre la existencia de nuestra hija.